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Muchos círculos se cierran a la muerte del expresidente Miguel de la Madrid Hurtado, uno de ellos la fuerza de lo que se conoció como la “guardia imperial”, el Estado Mayor Presidencial que se aglutino alrededor del mando del general Miguel Ángel Godínez Bravo y que prolongó su poder hasta la etapa del general Roberto Miranda con el Presidente Ernesto Zedillo.
Al deceso del ex presidente el general Carlos Humberto Bermúdez Dávila seguía “comisionado” con quien fue su jefe directo.
La inmensa cercanía del entonces mandatario José López Portillo con Miguel Ángel Godínez permitió que el Estado Mayor Presidencial fuese contraparte de la Secretaría de la Defensa Nacional y de todas las instituciones de seguridad, así como de la misma oficina presidencial.
En los días de López Portillo la agenda presidencial, con todo lo que ello significa, estaba en manos del jefe del Estado Mayor. Cada uno de los movimientos del primer mandatario estuvo supervisado y previamente autorizado por el general Godínez. Esto quiere decir que el tiempo de su permanencia en cualquier parte de la República, en cualquier acto público, estuvo controlado por Godínez. Y en los hechos dependía de su única decisión.
Si en provincia se programaba una gira presidencial, una inauguración de obra, debía pasar previamente la aprobación del Estado Mayor Presidencial. O no acudía el mandatario.
De ahí el respeto, o hasta el temor con que los gobernadores y los titulares de las Secretarías veían al general Godínez. A su vez el jefe del EMP se convierte en secretario particular y jefe de prensa eficiente del primer mandatario, es la puerta de entrada y la opción primera para llegar a López Portillo, incluso a la llegada al final de su mandato de Pancho Galindo Ochoa.
Bermúdez fue el segundo de Godínez desde que ambos estuvieron en la campaña presidencial de Luis Echeverría Álvarez y luego, en su estilo muy personal, decidiese nombrar al general Jesús Castañeda, que no había estado en esa campaña ni tenía relación alguna con el EMP, para “controlar” ese grupo militar que él mismo había utilizado como titular de Gobernación, de manera destacada en los sucesos del Dos de Octubre de 1968.
Especialmente Bermúdez Dávila.
Si bien Echeverría Álvarez hizo a un lado al grupo de Godínez Bravo, llevando a Castañeda y con éste a Jorge Carrillo Olea, desde la subjefatura del EMP siguieron agrupados y fortalecidos. Eran quienes conocían las cloacas y las tuberías de esa institución, además de ser expertos en logística.
Parece que hablamos de la prehistoria y solamente son unos cuantos años de distancia.
Al destape del candidato priísta López Portillo se procede de acuerdo al escalafón, a la costumbre establecida (Carrillo Olea ya estaba en la Secretaría de Hacienda como premio a su actuación en la UNAM con el tema de la pedrada), y se van a la campaña Godínez y su gente.
Lo demás es historia.
Bermúdez es el subjefe cercano a Miguel Ángel, y cuando llega la campaña de Miguel de la Madrid se convierte en su jefe de seguridad.
Es el principio del final. Los tiempos cambian. La campaña es complicada. A diferencia de lo sucedido con JLP en que se recorrió el país en periodos largos sin regreso a la Ciudad de México se organizan etapas y vuelta al DF, se prohíbe la presencia de mujeres, se comparte el poder con figuras que comienzan a surgir: Emilio Gamboa, que recupera el poder del secretario particular, Carlos Salinas de Gortari, Francisco Rojas, y quien luego fuese titular de Relaciones Exteriores, Bernardo Sepúlveda.
Pululan otras figuras como Manuel Bartlett, incluso Ricardo Raphael, cuñado del candidato.
Y el fantasma de Jorge Carrillo Olea, que se había convertido en cercano amigo de Miguel de la Madrid en su paso civil por la Secretaría de Hacienda.
En esa campaña se fortalece Roberto Miranda, surgen las historias de Juan Morales Fuentes, llegan los que hoy son jefes en ese mismo EMP y aparecen Domiro García y Wilfrido Robledo, para citar solamente a algunos.
De quienes cubrieron la campaña presidencial de MMH se elegían directores de seguridad pública o jefes de seguridad para gobernadores, candidatos locales, quienes así hicieron una carrera propia en diversas partes del país.
El primer cambio surge en Los Pinos una vez que tomó posesión Miguel de la Madrid. Ahí Bermúdez confronta su control con el de Paloma Cordero de la Madrid que, a diferencia de su antecesora, impone distancia a la presencia del EMP. Se delimitan territorios, retrocede la “guardia imperial” ante el poder de las “sabanas blancas”.
Sin embargo, sigue siendo una gran fuerza. El mismo general Juan Arévalo Gardoqui evita entrar en conflicto, Emilio Gamboa y Manuel Alonso tratan con cuidado, con respeto, con extrema consideración a Bermúdez a la vez que lentamente recuperan espacios, funciones ejercidas por Godínez Bravo.
El tema de la información sigue en sus manos. Al menos de la “información” confiable y de primera mano que recibe el Presidente de la Madrid, con el disgusto de Manuel Bartlett y de su subsecretario Carrillo Olea. Estado Mayor Presidencial maneja a discreción recursos económicos, aviones, vehículos, personal, armamento, lo que dijesen necesitar. Y si se trataba de situaciones extraordinarias como la visita del Papa Juan Pablo, todavía más. No había límite ni control oficial sobre estos recursos.
Se hablaba de negocios y suelos millonarios para los integrantes del primer círculo del jefe del EMP. La opinión de Bermúdez era tomada en cuenta para los ascensos militares y los nombramientos de agregados militares en el extranjero. Los hombres bajo su mando eran privilegiados en todos sentidos.
Todo eso es historia, irrepetible, relacionada con la falta de reglamentación de una función y con los estilos personales de los gobernantes y de los militares comisionados en el Estado Mayor Presidencial.