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El mensaje y los límites


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México, 5 de octubre (Reporte Indigo).- osé Eduardo Moreira no traía camioneta blindada. Tampoco guardias o escoltas que lo protegieran. Lo emboscaron y lo ejecutaron. Le dieron dos tiros de gracia.

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Unos dicen que para ser el hijo de Humberto Moreira, el exgobernador de Coahuila y del expresidente nacional del PRI, andaba muy solitario y al descubierto en una ciudad como Acuña. 

Otros responden que la ausencia de blindaje y guardias solo refleja que el joven de 25 años no sentía la necesidad de cuidarse de nada ni de nadie. Que viajaba ligero de equipaje y que no transportaba temores.

Tenía poco de haber iniciado su familia. Gozaba apenas con una hija de siete meses. Quienes lo conocieron lo referían como un muchacho lleno de vida, con empuje, idealista y altruista.

Promovía programas sociales en la región norte de Coahuila. Hacía méritos porque buscaba cumplir su sueño de ser presidente municipal de su ciudad.

Por eso su muerte impactó en Acuña, en Coahuila y en México. Porque esta ejecución refrendó que el crimen organizado no tiene límites para lograr sus oscuros propósitos.

Está claro que si analizamos las formas, se trata de un asesinato con toda la intención de enviar un mensaje. Lo que no está claro es el fondo. ¿Por qué? ¿Para qué? ¿A quién?

Hay quienes advierten que al crimen organizado no le gustaban las prácticas del gobernador Rubén Moreira de cerrar casinos, tables, garitos, bingos y carreras de caballos. Que les estaban tocando “sus negocios”. Que ya no había donde cobrar piso. Puede ser.

Algunos más dicen que son represalias por la captura en Coahuila de Omar Treviño Morales, “El Z-42”, hermano de Miguel Ángel, el legendario “Z-40”.  En la refriega de la captura habrían muerto un puñado de Zetas y eventualmente el hermano del capo.

Pero de eso a que el mensaje fuera escrito con plomo en la vida de un joven que nada tenía que ver ni con la clausura de casinos y tables, ni con la captura de los capos, hay una enorme distancia.

El crimen de José Eduardo Moreira viene a violentar una regla no escrita. La de no involucrar a familiares inocentes en las confrontaciones, sean entre cárteles o sean entre autoridades y capos del crimen organizado.

Y trascendiendo que los ejecutores dejaron un mensaje dirigido no al padre de la víctima, sino a su hermano el gobernador Rubén Moreira, podría ser que la ejecución del sobrino viene a ser apenas el comienzo de algo todavía más violento.

La lección de este infame asesinato solo viene a reconocer que el crimen organizado perdió desde hace tiempo el sentido de los límites. Que todo es posible en un territorio que hoy le tocó a Coahuila, pero que mañana puede ser cualquier otro.

Que la siembra del terror avanza implacable por encima de los cadáveres de los miles y miles de José Eduardo caídos en esta absurda, torpe, fallida y muy sangrienta guerra contra el crimen organizado emprendida por Felipe Calderón.

El mensaje va más allá de los Moreira. Es para cada uno de los gobernadores que se atrevan a tocar o trastocar los intereses de un crimen organizado que se sabe y se siente superior al Estado en el manejo del uso de la violencia.

¿Algún gobernador se atreverá a cerrar casinos o a detener capos o a sus familiares involucrados en sus operaciones después de ver el asesinato de José Eduardo Moreira? Sí,  solo si la familia y los hijos están bien resguardados  allende las fronteras mexicanas.

Y si lo duda pregunten por qué el Estado Mayor recomendó ayer al presidente electo Enrique Peña Nieto y al gobernador Rubén Moreira no asistir al funeral del hijo del amigo, del sobrino.  Nadie le garantiza hoy nada a nadie.

Ramón Alberto Garza

Opinión

Reporte Indigo

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