Sólo para iniciados

México, 5 de octubre (Impacto El Diario).- Unos años atrás, cuando llorábamos la pérdida de un angelito inolvidable, Rafa Reséndiz me decía: Es injusto que los padres entierren a los hijos; debe ser al contrario.

Le sobra razón.

A pesar del oficio, y las amistades comunes, nada me une a Humberto Moreira; no lo conozco, nunca he intercambiado una palabra con él ni nos cruzamos en eventos o restaurantes.

Tal vez ni siquiera hubiésemos congeniado, a pesar de que me fue confiada, con mucha anticipación, la razón por la que arribaría a la presidencia del PRI, pero duele verlo destrozado, sufriendo, como miles de mexicanos, los daños colaterales de una guerra sin los resultados que la sociedad esperaba aquella mañana de enero del 2007, en que Felipe Calderón ordenó el combate frontal al crimen organizado.

Al ex gobernador de Coahuila y ex líder nacional del PRI le asesinaron a su hijo; a otros mexicanos les han ocurrido desgracias iguales. Ellos sufren, los medios de comunicación registramos las tragedias y el gobierno esconde las estadísticas. Mañana, la mayoría nos sumergiremos en otros temas, pero los deudos de muertos y desaparecidos seguirán sufriendo y oyendo discursos sobre la heroicidad y las bondades de una guerra que nadie, en su sano juicio, quiere que continúe, no al menos en los términos en que fue concebida.

La ejecución de José Eduardo alcanzó resonancia por su padre, como ocurrió con el asesinato del hijo de Javier Sicilia y de algunos otros cuyos progenitores ocupan un lugar relevante en la sociedad, pero la mayoría de asesinados y desaparecidos ha terminado en mera estadística que ya ni siquiera es pública porque se guarda como secreto de Estado.

Coincidentemente, ayer, unas horas antes de que la noticia de la tragedia de la familia Moreira llegara a los medios de comunicación de la capital de la República, concluía la segunda reunión sobre seguridad y justicia de los equipos de transición de los presidentes saliente y entrante.

A diferencia del primer encuentro, Enrique Peña Nieto salió de Los Pinos, después de dialogar en privado con Felipe Calderón durante media hora, con una impresión diferente a la primera reunión. Se veía optimista, pero el lado positivo de la jornada se disipó en el momento de ser informado de la ejecución del hijo de quien encabezó los trabajos partidistas de su postulación como candidato presidencial.

La noticia sobrecogió al Presidente electo, y así se lo hizo saber a su amigo.

De no haber sido por el “hallazgo” del entonces secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, que usó la información privilegiada del sector hacendario para destruir toda posibilidad de permanencia de Humberto al frente del PRI (“yo tumbé a Moreira”, se ufanaba cuando disputaba a Josefina Vázquez Mota la candidatura del PAN a la Presidencia), la ejecución de José Eduardo se habría convertido en un problema de seguridad nacional, dada la cercanía de su padre con el Presidente electo.

Pero esto es política; lo otro es la tragedia de un padre que vive la peor de las tragedias: No poder ver a su hijo con el pelo cano.

Es sólo un padre, como muchos otros, dirán, con razón, quienes aleguen que Moreira no es diferente al resto de mexicanos con tragedias iguales, pero sobrecoge escucharlo decir: ““He aguantado muchas cosas, calumnias, engaños, que la gente hable sin saber, pero esto no se puede aguantar, mataron a mi hijo… le dieron dos balazos unos desgraciados”.

Dios nos libre, Humberto.

Juan Bustillos

Opinión

Impacto El Diario

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